El derrotero de una planta que supo ser mágica

Originaria de América, la hoja de tabaco era consumida por los pueblos originarios desde antes del desembarco de los europeos en él Caribe. Entre otros pueblos, los mayas lo empleaban con fines religiosos, políticos y medicinales. A la planta se le atribuían propiedades sanativas en contra del asma, la fiebre, heridas producidas por la mordedura de algunos animales, problemas digestivos y enfermedades de la piel.
Se cree que la planta (la «Nicotiana Tabacum») es originaria de la zona del altiplano andino y que llegó al Caribe unos 2.000 ó 3.000 años antes de Cristo. Cuando Colón llegó a América, la planta ya se había extendido por todo el continente y casi todas las tribus y naciones de América habían tenido contacto con el tabaco y tenían con él una relación más o menos intensa. Era común el consumo del tabaco en las grandes celebraciones y también cuando se sellaban alianzas bélicas o cuando se suscribían acuerdos de paz después de una guerra. Los aztecas lo conocían como yetl y lo empleaban como agente medicinal, sustancia narcótica y embriagante.
Se sabe que los indios Ixoquis de Canadá lo fumaban en 1545 y hacia 1510, se llevaron las primeras semillas a España.
Los europeos accedieron al tabaco en 1492, cuando Cristóbal Colón llegó a las Antillas, tierra poblada por los indios arahuacos. Gracias a las crónicas de Fray Bartolomé de las Casas y por el informe que el fraile Romano Pane le rindió al rey Carlos V en el año de 1497, donde abundaban las descripciones virtuosas de las hojas de tabaco, el consumo comenzó su derrotero por Europa.
La primera descripción de un fumador la hace Cristóbal Colón en su diario, un día 6 de noviembre de 1492 donde dice:
“Y hallamos a mucha gente que volvía a sus poblados, mujeres y hombres, con un tizón en la mano hecho de hierbas, con que tomaban sus sahumerios acostumbrados…”
El tabaco se mascaba en una especie de pelota de hojas, que se escupía una vez extraída toda su sustancia. Cuando se fumaba, se lo hacía en tubos de barro o madera que llenaban con hierba picada y también se esnifaba una vez reducida la hierba a polvo o picadura que aspiraban por la nariz.
Para finales del siglo XVI el uso del tabaco se había extendido a casi todos los rincones del mundo, principalmente gracias a que los marinos europeos, quienes lo habían llevado a hacia Áfrcia y Oriente. Los turcos empezaron su cultivo en Tracia a mediados del siglo XVI, empleando la variedad N. rustica, originaria de México.
Socialmente, el tabaco terminó de adquirir aceptación y estatus cuando el embajador de Francia, Jean Nicot, le recomendó a la reina de Francia, Catalina de Médicis su uso como remedio en contra de sus frecuentes e intensas cefaleas. La forma de consumo indicada en ese caso, era por inhalación nasal, de la hoja seca reducida a polvo denominado Rapé. A partir de que la reina se hizo al hábito, la costumbre se extendió rápidamente entre los nobles de Europa, convirtiendo su uso en verdadera regla de etiqueta.
Según algunos historiadores, serían los ingleses los responsables de que se popularizara la costumbre de fumarlo, gracias a Sir Walter Raleigh, cortesano de Isabel I. Para entonces fumarlo era también reconocido como un distintivo de aristocracia.
El consumo de tabaco continuó extendiéndose por todo el mundo, y en paralelo y durante esa expansión se adoptaron diversas políticas para penalizar y restringir su consumo; entre ellas, sobresale la excomunión dictada a los fumadores por los Papas Vibano (Urbano) Vil, Vibano VIII, Inocencio X e Inocencio XII. Más extremas y físicamente terribles resultaron las penas que iban desde el arresto hasta la horca y la decapitación, pasando por diversos tipos de tortura, ejercidos en Dinamarca, Rusia, China y Turquía.
En 1606 el Rey de España Felipe III decretó que el tabaco sólo podía cultivarse en Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y Venezuela y ordenó pena de muerte para los que vendieran semillas a los extranjeros. Unos años después, en 1614, el mismo rey designó por decreto a Sevilla como la capital del mundo del tabaco, al ordenar que se estableciera la primera gran fábrica de tabaco y que toda la producción recolectada en los dominios del imperio, fuera trasladada a la misma Sevilla para su control, manufactura y posterior exportación.
España fue el primer sitio en donde se gravó fiscalmente la importación de tabaco hacia 1611, cuando ya había plantaciones formales en Santo Domingo y Cuba. Las cortes españolas decidieron en 1623 que la hacienda pública se hiciera cargo de la comercialización de las labores del tabaco, lo que dio origen al establecimiento de uno de los monopolios más antiguos de que se tiene memoria. Las rentas se destinaban básicamente a financiar obras públicas y sociales.
Como dato curioso de esos inicios, consta la financiación de la publicación del primer Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española en 1723.
El efecto dominó de países que grabaron el tabaco no se hizo esperar; Portugal en 1664, Austria en 1670 y Francia en 1674. Incluso las posiciones políticas de la iglesia católica giraron de manera dramática; así como varios Papas satanizaron y excomulgaron a los fumadores, el Papa Alejandro VIl, con gran visión financiera, estableció el primer impuesto en el mundo sobre el uso del tabaco en el año de 1660 (antes de que se levantara la excomunión a los fumadores) acción que fue completada por Benedicto XII, al establecer la primera fábrica pontificia de tabaco en 1779, encargando la elaboración de los cigarrillos a las monjas de varios conventos de Roma.
El puro o cigarro es más antiguo y el cigarrillo fue posterior. El cigarro lo inventó un mendigo en Sevilla, que aprovechaba la colilla de los puros para alimentar su vicio. En torno a esta costumbre, y en vistas de mejores rentabilidades nació el “cigarrillo” o “papelillo” que la crisis económica de mediados del XIX, puso de moda.
Desde 1518 los españoles comenzaron a producir en sus colonias americanas del Caribe los primeros cigarros de formato pequeño llamados “cigarritos”. Hasta entonces el formato más consumido era el “puro” o “cigarro”, luego los destinos del puro y del cigarrillo se separarían de manera radical. El puro obtuvo un importante éxito en América, donde se fabricó en serie a partir de 1785, mientras que el cigarrillo (que era fabricado en el nuevo mundo) no impactó sino hasta 1860 allí y por el contrario, conoció un éxito inmediato en el viejo continente, desde donde se extendió a Turquía y a China.
De España, el cigarrillo pasó a Portugal. Ingleses y franceses se aficionaron a estos “fumables”, como los llamaron en tiempos de las campañas napoleónicas en la península Ibérica, y en 1820 se hablaba en París de cigarettes. En 1853 se creó en La Habana la primera fábrica de cigarrillos del mundo. Los primeros se armaban a mano, y fue a partir de 1860 cuando empezó el proceso de mecanización.
Ni ingleses ni norteamericanos le prestaron atención, por considerarlos “cosa de mujeres”, pero tras la guerra de Crimea las cosas cambiaron al entrar el mundo anglosajón en contacto con el tabaco rubio turco, más delicado que el tabaco negro europeo.
Al principio, los puros y los cigarrillos se confeccionaban a mano. Las máquinas para armar los puros, aparecieron en 1919 en Estados Unidos, mientras que la primera máquina de cigarrillos fue patentada en 1880 por el americano James Bonsack.