Abran paso que ha llegado un innovador

La figura de Manuel Malagrida se destaca en la historia de los fabricantes de cigarrillos en nuestro país, no sólo por ser uno de los pioneros en la materia, sino por su indeleble sello en materia de innovación a la hora de generar productos e ideas para comercializarlos. Su inagotable creatividad (muchas veces rozando la excentricidad) para promocionar sus productos hicieron de Manuel una destacada personalidad de la incipiente industria tabacalera de principios de siglo 20 como así también un hombre rico.
Manuel Malagrida i Fontanet nació en España, en la ciudad catalana de Olot, un 20 de abril de 1864. A la edad de 16 años dejó su pueblo natal y se marchó solo a Barcelona, a trabajar en una ferretería. Hacia 1887 se afincó en París donde comienza a relacionarse con el mundo industrial y es en la Exposición Internacional de 1889 de París, donde trabaja como guía de los españoles que visitaban la por entonces, mayor feria y exposición del mundo occidental. Allí es tal vez donde se despierta en él la avidez por el mundo de los negocios.

Luego de residir tres años en Francia, decide emigrar a nuestro a Argentina, en busca de fortuna y alentado por las políticas inmigratorias establecidas por los sucesivos gobiernos nacionales de la denominada “generación del 80”. Como todos los inmigrantes, su viaje se inicia a bordo de un barco, el vapor Nertha. Manuel pasa los primeros seis meses en la ciudad de Córdoba trabajando como empleado de un paisano catalán y luego decide trasladarse a Buenos Aires para trabajar en la fábrica de tabacos de un tal Pedro Somay. Luego de algunos años, en los cuales adquirió los conocimientos necesarios, funda en 1892 una pequeña tabaquera propia, que hacia 1895 se transforma en la primera fábrica de cigarrilos en nuestro país. Ese año registra su primera marca comercial de cigarrilos, «Animal».
Con un ímpetu y con una visión comercial y de futuro distinguida en el medio local, Manuel ejecuta diversos planes para hacer conocidos sus productos y su fábrica, en ese remolino de ideas diseña dos convocatorias mundiales para el diseño de carteles publicitarios; la primera en el año 1900 y la segunda en 1901 en las que participaron artistas de renombre de la época, como Alphonse Mucha, Mariano Fortuny y Madrazo, Pío Collivadino y Ramon Casas i Carbó. A los concursos los ganaron el argentino Cándido Villalobos y el italiano Aleardo Villa. Fue tal éxito del primer concurso (que estaba primeramente restringido al ámbito nacional) que la segunda convocatoria de 1901 contó con una participación de 555 carteles procedentes de todo el mundo. Los participantes concursaban por la fabulosa cifra de 20.000 francos (algo así como $1.680.000 hoy), repartidos en ocho primeros premios de 10.000 a 5000 francos. Estos concursos no solo dotaban de un extraordinaria gráfica visual a sus productos sino que además también elevaban el estatus de la empresa y su dueño.

Malagrida hace crecer su emprendimiento de forma sostenida y de forma paulatina lanza al mercado una serie de marcas propias al tiempo que adquiere manufacturas y marcas de terceros. Productos como: Sorpresa, Invencibles, La Mar, Los Finos, París, Moro, Dandy, Dandicito, Sport, Parisien, Sí y Guido Spano aparecen y (reaparecen) en el mercado regional sin pausa entre 1896 y 1902. Estas marcas cubrían todos los segmentos sociales en materia de precio, calidad de productos y una lógica de marketing vista en la diferenciación del diseño de las presentaciones muy llamativa para la época.

El nuevo siglo encuentra a Manuel Malagrida encaramado en la cima de un negocio que el mismo supo construir. Su fábrica La Invencible (junto con el nombre comercial adquirido a la manufactura El Telégrafo) pasa a ser una de las más importantes de la Argentina y según su propia publicidad, en 1901 fabricaba 30 millones de cigarrillos por mes, 10 millones más que el segundo fabricante.

A principios del siglo XX y con 38 años de edad, Manuel comienza a viajar asiduamente a España, como si extrañara el pago luego de una intensa, aunque aún corta vida, desarrollada entre los dos continentes. En 1903 contrae matrimonio con Teresa Pons y Pullas, una argentina de origen catalán de 19 años de edad, con quien se estable en Barcelona.

En 1907 decide asociarse con la firma Álvarez y Cía. y empieza a ceder algunas responsabilidades en el manejo de los negocios relacionados con la industria tabacalera. Había acumulado una considerable fortuna en sus años de apogeo en nuestro país y tuvo la habilidad de invertirla en forma exitosa, por lo que pudo vivir sin sobresaltos hasta su muerte en 1946 a la edad de 82 años. Había vivido de forma muy intensa su vida, sobre todo hasta pasada la primera mitad de su vida y desde muy joven.
En 1910 realiza su último viaje a la Argentina y se radica definitivamente en España. En su ciudad natal, Olot, se transformó en el arquetipo del inmigrante que vuelve rico de América (vale aclarar que su origen no es precisamente el de la pobreza) y fue una especie de mecenas que contribuyó en forma desinteresada al progreso de su pueblo. De igual modo, Manuel Malagrida siempre demostró su agradecimiento por la Argentina; donó una casa para el funcionamiento del consulado y la cámara de comercio hispano-argentina en Barcelona, fue siempre el anfitrión encargado de la organización de los agasajos a los oficiales de las fragatas argentinas, cuando llegaban al puerto catalán.
Es conocida su residencia en la ciudad de Barcelona; el «Palau Malagrida». Construida a principios del siglo XX, entre 1905 y 1908, por el arquitecto Joaquim Codina, la fachada de la Casa Malagrida está llena de elementos modernistas, como los relieves florales y las barandillas de hierro forjado y se destacan las imágenes de Cristóbal Colón y Bartolomé Mitre enmarcando el ingreso a su morada, junto a ellos, un águila de los Pirineos y un cóndor de los Andes, más dos bustos de mujeres evocando a España y a la Argentina y una representación de Hermes (la diosa del comercio). Todos estos elementos alegóricos no hacen más que cerrar un conjunto que evocaba el profundo respeto por sus orígenes, su advocación al trabajo y también su paso por nuestro país. El país que lo convirtió en un hombre, un hombre rico.